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La segunda vida del caucho pone en pie una economía sostenible en Amazonía
Apenas sale el sol en la isla amazónica de Marajó, Renato Cordeiro se calza las botas, toma su cuchillo y sale a rasgar sus siringas. Gota a gota, extrae su leche para obtener el caucho que le da sustento.
El reciente resurgir del oficio de "siringuero" en este empobrecido territorio del norte de Brasil activó una economía sostenible y devolvió el empleo a familias que durante generaciones vivieron del apogeo del caucho de Amazonía, hasta que la demanda se hundió a fines del siglo XX.
Una iniciativa de la empresa local Seringô posibilitó a Renato y a más de 1.500 "siringueros" retomar su labor para fabricar productos como calzado, y cuidar asimismo de la selva, castigada cada vez más por la deforestación.
Y es que el jardín de este hombre enjuto, de 57 años, es nada menos que la Amazonía.
En la parte trasera de su palafito sobre el río Anajás, decenas de siringas naturales se confunden entre árboles centenarios y palmeras típicas de esta isla rodeada por un lado de mar y por otro, de cauces.
- La selva, el "patrimonio familiar" -
"Empecé a rasgar a los siete años con mi madre", explica Renato, mientras sostiene su cuchillo, de cuya lama sobresale una pieza metálica para hacer las incisiones en la corteza.
A cada corte, realizado con cuidado para no dañar el tronco, este árbol nativo de Amazonía empieza a verter su látex en un recipiente colocado debajo.
Mientras se llena, Renato acomete la siguiente siringa.
La tarea suena fácil, pero el "siringuero" debe conocer los tiempos de la llamada "mamá" de la selva: como el pecho materno, la leche solo sale si se estimula con frecuencia.
A casa se lleva diariamente unos 18 litros: los mezcla con vinagre hasta obtener unas rodanchas de pasta blanquecina, que cuelga en una cuerda durante diez días para que se sequen.
El caucho está listo para ser vendido a Seringô, que lo recupera en el embarcadero de su casa.
El orgullo de este hombre, casado y padre de tres hijos, es notable.
Después de casi dos décadas malviviendo de la caza y la colecta de açaí, retomó en 2017 su oficio para "proteger" así lo que define como su "patrimonio familiar", la floresta.
- Proteger vs. destruir -
"Deseaba tanto que esta actividad volviera", asegura unos palafitos río arriba, al norte de la localidad de Anajás, otro "siringuero", Valcir Rodrigues, un padre de familia, de 51 años.
"Queremos dejar un mundo mejor a nuestros hijos, por eso no deforestamos", afirma.
Valcir explica que cada tanto debe hacer frente a madereros que invaden su tierra para talar árboles.
"Deberían entender hasta qué punto dañan la selva y se perjudican, porque muchas veces estas personas a sueldo se acaban endeudando con sus patronos", afirma Valcir.
La deforestación se disparó en Marajó cuando la demanda de caucho amazónico para fabricar neumáticos se esfumó debido a que países como Malasia empezaron a plantar siringas a gran escala.
Pero del caucho vive de nuevo toda la familia de Valcir: su esposa y su suegra lo trabajan con destreza para fabricar coloridos objetos de artesanía, que se venden especialmente en Belém, la capital del estado de Pará, al este de Marajó.
"Yo era funcionaria, pero la alcaldía nunca me dio trabajo. Este es mi primer oficio de verdad y me encanta", cuenta la segunda, Vanda Lima, una sonriente mujer, de 60 años.
- Cuestión de familia -
Con uno de los peores índices de desarrollo humano (IDH) de Brasil, "era necesario generar una renta en Marajó", explica Zelia Damasceno, que fundó Seringô junto a su esposo para estimular la bioeconomía en la región.
Aunque al principio fomentaron la artesanía, la pareja se percató de que el "siringuero" estaba "insatisfecho" con solo extraer caucho para que su esposa trabajara.
"Por eso imaginamos un segundo uso, el zapato, para que él pudiera también ganarse una renta", dice esta paraense, de 59 años.
- Objetivo: 10.000 "siringueros" -
Su fábrica de Castanhal, al este de la isla, produce a diario unos 200 pares de zapatillas deportivas y sandalias biodegradables, pues están hechas de 70% de caucho y 30% de polvo de açaí.
Recientemente, recibió el espaldarazo de la gobernación de Pará para alcanzar la cifra de 10.000 "siringueros" en Marajó, en el marco de un programa de desarrollo en la región lanzado antes de la COP30 de la ONU, prevista en noviembre en Belém.
Damasceno admite que todavía quedan retos: "Hay jóvenes que no quieren seguir ese camino. Debemos concienciarlos de que es importante ese trabajo para preservar la selva y su futuro".
C.Hamad--SF-PST